December 29, 2009

es que tengo un bautizo

Uno viene a estas tierras con la fantasía de que todo será diferente y sí, hay muchas cosas que lo son, pero hay otras que están igualitas.

El domingo pasado fuimos a un bautizo. Es del segundo hijo de unos amigos, él mexicano y ella quebeca, viven en Monterrey y vinieron exclusivamente a pasar la navidad y ese evento con la familia.

No fue en Montreal, sino en un pueblo que se llama St. Hilaire que está a media hora de Montreal, en Monterigie. El pueblo cumple con todas las características de un pueblito quebeco, con su iglesia católica, su río congelado y sus casitas pintorescas llenas de nieve. Pero sobre todo, por la gente.

De entrada en la misa (a la que llegamos media hora tarde y aún así nos fletamos casi 40 minutos) se nos quedaron mirando con cara de “juereños”, sin embargo en la fiesta apenas entré al baño y una ñora me asaltó a preguntas “¿de quién son amigos?, ¿hace cuánto que viven aquí? ¿cuántos años tiene la niña?” seguido por un “disculpe, pero es que aquí nos conocemos todos”, ¡¡claro, si en ese pueblo seguro que todos son parientes!!. Háganse de cuenta cualquier reunión regia donde llega alguien que otra zona de la ciudad, otra escuela u otro equipo (¿eres tigre o rayado? ¿de Contry o de Cumbres? porque nunca te había visto por aquí…). Ya después del interrogatorio nos trataron taaan bien que hasta recibimos la encomienda de la abuela materna del bautizado para que convenciéramos al yerno de que se viniera a vivir a Montreal porque “¿qué está haciendo en Monterrey? Él ni es de ahí, es de Tampico”. No, si eso digo yo, pero a nosotros ni nos va ni nos viene.

Pidieron que no hubiera regalo, sino que lleváramos comida y una prima fue la encargada de decirnos qué nos tocaba a cada uno para no repetir. A mí me tocó alitas del Costco pero había desde frijoles charros, pupusas salvadoreñas, pasta, sándwiches, ensalada césar, aceitunas, quesos, frutas, pasteles y empanadas. Como ven, la receta perfecta para un malestar estomacal.

Lo más relevante de la misa fue ver a la mademoiselle interactuar con las demás niñas y andar de banca en banca mientras se desarrollaba la ceremonia (a la que, como en México, nadie ponía atención). Claro que en una de esas en que el marido fue por Michelle regresa muy indignado porque una niña de su edad se la llevó a un rincón, la agarró de la cara y le plantó un sonado beso en la boca. “Nomás para eso sirve la religión”.

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